Los baños de la Font Santa
Si hablamos del sur de Mallorca, de la zona de Campos, seguramente pensaremos en playas idílicas como la de Es Trenc, en la fábrica de sal natural de La Salinera, o en las vaquerías que siguen elaborando sus productos de manera artesanal.
Pero hay algo más que seguramente, quien no lo sepa, difícilmente podría adivinar: el balneario de los Baños de la Font Santa.
Se trata de una zona en la que brotan aguas termales de un manantial natural, con un elevado nivel de mineralización y recomendadas para tratamientos para enfermedades traumatológicas, dermatológicas, del sistema nervioso y respiratorias.
Los baños a través de los siglos
Está documentado por diferentes investigaciones históricas que las aguas termales de la Font Santa eran conocidas y muy apreciadas por los romanos, aunque podría ser que hubieran sido utilizadas por civilizaciones anteriores. De hecho, los romanos llamaban Font Santa a las aguas con propiedades medicinales que se iban descubriendo, así que no sería extraña la coincidencia de nombres.
También hay escritos que datan de mediados del siglo XIX y que relatan las bondades de sumergirse en estas aguas para aliviar afecciones en los huesos, entre otras enfermedades. Además, dos de las bañeras tienen sendas inscripciones, una del siglo XIII y otra del 1507, respectivamente.
En el año 1869 las aguas mineromedicinales de Sant Joan de la Font Santa fueron declaradas de Utilidad Pública.
La tradición de este manantial se mantuvo viva a través de los siglos XIX y XX y hoy día se puede disfrutar de sus propiedades a través de un balneario adaptado a la modernidad, con hidroterapia, chorros subacuáticos, piscinas o vaporarium.
La tradición de las aguas que curan
Dice la leyenda popular que las propiedades curativas de las aguas de la Font Santa fueron descubiertas por casualidad. Se dice que hubo una época en la que una gran epidemia asoló Mallorca, matando todas las piaras de cerdos que había a lo largo y ancho del territorio.
Sin embargo, los animales que se revolcaban en las balsas cercanas a la finca del Palmer nunca enfermaban, ni por causa de la epidemia ni por ninguna otra. Así que empezó a ser popular entre las gentes de aquella época, con enfermedades como la lepra o la sarna, acudiesen a bañarse en las mismas balsas, confiando en su recuperación.
Y en muchos casos se conseguía, sino la sanación, si una mejora de los síntomas. Todo ello era propiciado por la alta mineralización de las aguas, en las que predominan elementos como el cloro, el sodio, el magnesio, calcio, azufre, flúor o potasio, entre otros.
El agua emerge del suelo siempre a una temperatura de 38 grados y, aunque como todas, no tienen color ni olor, en grandes cantidades son azul verdosas. En recintos cerrados también tienen un olor sulfuroso, debido a la cantidad de azufre y si la probamos notaremos un sabor fuertemente salado.
Los beneficios que aportan son muchos: ayudan a la descongestión de las vías respiratorias y mejoran la sequedad de la garganta y la nariz disminuyendo la sensibilidad a las alergias; aceleran la renovación de la epidermis, disminuyen la retención de líquidos y mejora la circulación sanguínea y aumentan la movilidad articular, haciendo que las inflamaciones disminuyan y acortando los plazos de recuperación funcional.